Dios no quiere que nuestros corazones se enfermen y se llenen de amargura en el proceso de la espera. Como humanos solemos afligirnos por la demora de aquello que anhelamos, pero el reto es enseñarle a nuestro corazón a anclarse en la esperanza segura de que Dios es un Padre sabio, bueno y confiable, que conoce lo que nos conviene y siempre cumple lo que promete. Solo entonces podremos disfrutar de verdadera paz y seguridad mientras esperamos el cumplimiento del propósito que Él puso delante nuestro.
«Tenemos como ancla del alma, una esperanza segura y firme» (Hebreos 6:19).
Yo he experimentado lo que es esperar y amargarme en la espera. Sé lo que es trabajar arduamente por algo que anhelas, ver que pasen los años y que no suceda. Si algo aprendí de esa experiencia es que amargarme y quejarme no causó que Dios se moviera más rápido. Al contrario, más bien parecía que entre más me molestaba, más se dilataba el proceso.